Parques naturales, ineficientes para un verdadero desarrollo sostenible

Los parques naturales, las reservas, los santuarios y figuras similares aplicadas en vastos territorios nacionales con miras a la defensa de los recursos naturales resultan contraproducentes como instrumento para llevar a cabo un desarrollo sostenible genuino y realista.

  • Los parques naturales carecen de instrumentos para defensa de los recursos naturales.
  • La concentración de la propiedad de la tierra es el obstáculo principal de un desarrollo sostenible.
  • Se requiere apoyo estatal decidido a los colonos pobres.
  • Estudio detallado de los territorios de la carretera Marginal de la Selva, así lo indica.

Los parques naturales, las reservas, los santuarios y figuras similares aplicadas en vastos territorios nacionales con miras a la defensa de los recursos naturales resultan contraproducentes como instrumento para llevar a cabo un desarrollo sostenible genuino y realista.

Y ello es así, en primer lugar, por la precariedad de los recursos y herramientas otorgados a los Parques, que impide un control eficaz sobre los territorios. En estas áreas prospera toda clase de iniciativas que se mueven al vaivén de una única ley: la del más fuerte.  Desde los narcóticos hasta los grandes proyectos agroindustriales, pasando por minería y la ganadería extensiva.

Pero, además, la política de los Parques Nacionales ignora realidades tan evidentes como el surgimiento, a lo largo del pie de monte de la Orinoquia y la Amazonia colombianas de asentamientos humanos, desarrollos económicos variados e inevitables, que requieren, antes que la represión, un adecuado encauzamiento.

El argumento es del sociólogo y geógrafo Camilo Domínguez Ossa, que tiene más de 60 años de estudio alrededor de las realidades del oriente colombiano, los llanos y la selva, que ocupan el 60 por ciento de nuestro territorio.

Integrante del Centro de Investigaciones sobre Dinámica Social de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Externado de Colombia, un día de 2018 acompañado de su hijo Fernando, fotógrafo y cineasta, Domínguez inició un recorrido terrestre por la Carretera marginal de la selva (en Colombia), a lo largo 1.500 kilómetros de manera paralela a la cordillera oriental de los Andes, entre Arauca, límite con Venezuela, y San Miguel, en la frontera con Ecuador. La vía hace parte del proyecto que, a partir de los años 60 del siglo XX, buscó unir las regiones Andina y Amazónica como factor de integración y desarrollo latinoamericano, desde Venezuela, hasta Bolivia.

En Colombia, la vía tiene sectores en excelente, bueno y pésimo estado de conservación y mantenimiento. Pero mal que bien permite el recorrido en un automotor adecuado, con excepción de un paso sobre el río Caquetá que hay que hacer en planchón, a lo largo de unos tres kilómetros. Este escenario, recorrido por los Domínguez proporcionó el contexto para las reflexiones con que se inicia esta nota y que plasmó el geógrafo en una publicación de la editorial del Externado[1].

Para algunos, la carretera marginal de la selva es una verdadera maldición si se considera su impacto ambiental; otros la ven como el lugar perfecto para un proceso de enriquecimiento sin límites; unos más, sin embargo, la asumen como una promesa de desarrollo sostenible, una realidad que tenemos que aprovechar, desechando utopías. Entre estos, Camilo Domínguez pone de presente:

“Actualmente, el río más caudaloso que existe en el oriente de Colombia no es el enorme Orinoco ni el fantástico Amazonas, es el río humano que se ha ido formando entre los Andes y los Llanos, y entre los Andes y la selva, a lo largo de 1.470,4 kilómetros, desde la frontera con Venezuela hasta la frontera con Ecuador. Grandes ciudades, numerosos pueblos y una creciente faja colonizadora se encadenan en un gran cinturón continuo, siguiendo el piedemonte”.

El investigador se pregunta qué hacer con la carretera Marginal de la Selva y sostiene que no ignorar su avasalladora realidad que, antes que dejar al vaivén de las fuerzas económicas incontroladas, es preciso organizar.

“Como bien lo sabe el llanero, no se detiene una estampida colocándose frente a ella, sino acompañándola, a su lado, y cambiando el rumbo, poco a poco, hasta encauzarlo en forma conveniente. Intentar detener la Marginal de la Selva con bombardeos y creando parques naturales en áreas intensamente pobladas es un despropósito, por decir lo menos”.

Explica el investigador que el deseable desarrollo sostenible está condicionado por el difícil equilibrio entre desarrollar y sostener. Por eso, tras abandonar la visión romántica de que las llanuras y las selvas no se pueden tocar, será necesario hacer balances entre los costos y beneficios y poner manos a la obra en proyectos de interés local y nacional.

Hay, sin embargo, una condición fundamental para que este encauzamiento de la ‘embestida’ pueda llevarse a cabo. Domínguez no duda en señalar que mientras en el país no se resuelva el problema de la (injusta) distribución de la tierra, nada se podrá hacer en materia de desarrollo sostenible. Es ese crecimiento incontrolado del latifundio que se alcanza por medio de toda clase de estrategias, dejando a millones en la pobreza, lo que impide cualquier avance.

Es una riqueza que hay que utilizar en forma correcta, con una presencia estatal robusta y decidida, para garantizar futuro a la masa de colonos pobres que allí se han asentado; cuando el colono o el campesino propietario logran de sostenerse y adquirir una vida digna, permanecen en su terruño, como ocurrió con la colonización cafetera del occidente del país. Ahí sí se puede comenzar a hablar de sostenibilidad en un sentido amplio. “Mientras que no se controle el negocio de la acumulación indebida de la tierra y su conversión en latifundios, no habrá forma de controlar los enormes daños a los ecosistemas y al habitante de las llanuras y las selvas”, dice el autor.

Y ese proceso debe hacerse a partir de reconocer la ineficacia de estos suelos para actividades ganaderas y agrícolas intensivas y su vulnerabilidad para la minería, y concluir que deforestar sería un suicidio, porque: “la riqueza son los árboles, las aguas y la energía solar. Debemos desarrollar la ciencia y la técnica adecuadas para utilizarlos económicamente para el bienestar de los indígenas y colonos … Faltan grandes inversiones de largo aliento para que esa enorme riqueza no se destruya y podamos aprender a utilizarla en forma correcta”.

Concluye Domínguez que la carretera Marginal de la Selva es un proyecto grandioso que no hemos sabido valorar debido a los problemas ambientales que presenta. Pero es la mejor oportunidad para integrar la Amazonia y la Orinoquia al proceso de transformación económico y social del país y para alimentar el sueño de la integración latinoamericana.

[1] “La marginal de la selva en Colombia. Dilemas para el trópico húmedo” (Raíces de la Geografía Colombiana vol. 4, editorial Externado, 2019).

Fotografía: “Paso del jauno sobre el rio Caquetá” por Fernando Domínguez.