La desigualdad en el aseo personal y en la cuarentena

Unos viven sin agua y en espacios pequeñísimos, otros viven con agua y en espacios generosos. Estas son las estadísticas que explican por qué tantos colombianos no pueden practicar el aseo y el distanciamiento para frenar la pandemia.

7,6 millones de colombianos sin agua

A falta de vacuna, la gestión pública de la crisis sanitaria hace énfasis en el aseo personal y en el “distanciamiento social”. ¿Pero contamos con las dotaciones necesarias para que nadie se mueva de sus casas?

Colombia tiene alrededor de 1.600.000 residentes en cabeceras municipales y 6.000.000 en zonas rurales sin cobertura de acueducto y, por ende, sin agua potable. Las zonas negras del mapa siguiente indican los municipios donde reside el mayor número de personas desprovistas de este servicio:

Mapa 1. Conglomerados de municipios con altos déficits de acueducto, y tasa de defunción por 100.000 habitantes a causa de enfermedades infecciosas intestinales e infecciones respiratorias agudas, Colombia 2018

Fuente: Datos censales y registros de Estadísticas Vitales del DANE.

Esos aglomerados son ejemplos de lo que suele denominarse “periferias”. Los andenes alto y bajo del Pacífico, la Alta Guajira y algunas zonas intersticiales de la Sabana Caribeña y de la Orinoquia colombiana, así como los valles interandinos de la zona oriental y el piedemonte llanero son periféricos porque no cuentan con una presencia fuerte del Estado. La falta de acceso a agua potable es quizás la mejor prueba de esta ausencia, pues se trata de un elemento básico para la vida de una comunidad.

No es de extrañar que estos municipios presenten las tasas más altas de mortalidad por enfermedades intestinales e infecciones respiratorias agudas, tales como la influenza en sus distintas variedades. Si la COVID-19 llega a cualquiera de estos lugares, el contagio y la letalidad serán extremadamente elevados.

A esos 7,6 millones de colombianos les debe parecer extraño que el gobierno les pida mucho cuidado en el aseo personal y que se laven las manos cada tres horas, pues no tienen acueducto y el agua que consumen no es potable. Para ellos, no es posible cumplir con la orden que exige que nadie se mueva, pues de hacerlo, no podrían salir con sus baldes en busca de los camiones cisternas, quebradas y charcos que contienen el preciado recurso natural sin el cual nadie puede vivir.

Falta de espacio

El gobierno les pide a las personas que limiten su movilidad para desacelerar el contagio y “aplanar la curva”. Por su parte, los medios elogian a los hogares ‘obedientes’ y se lanzan en ristre contra los ‘desobedientes’, pasando por alto que muchos de ellos no tienen más alternativa que desobedecer.

Un rasgo preponderante de las metrópolis latinoamericanas es su aguda segregación habitacional, es decir, el confinamiento de grandes grupos de población en zonas precarias en términos urbanísticos. Los hogares más pobres se ubican en zonas con mucha más densidad poblacional que los hogares más pudientes.

El mapa siguiente muestra las diferencias en términos de densidad que existen en Bogotá:

Mapa 2. Densidades brutas de población por cuartiles, Bogotá 2020

Fuente: Datos censales del DANE y proyecciones del Observatorio MetroMun de la Facultad de Economía del Externado de Colombia.

La intensidad de contactos, fortuitos y deliberados, es muy elevada en vecindarios muy densos como Patio Bonito y Corabastos, el Rincón y Tibabuyes, Bosa Occidental y Diana Turbay, el Minuto de Dios, Alfonso López y San Francisco. En estos barrios, la densidad se encuentra entre 333 y 581 habitantes por hectárea. A medida que se reduce la densidad, también lo hace la intensidad de contactos y, por ello, la probabilidad de contagio en los vecindarios pudientes es seis veces menor que en los más pobres.

Adicionalmente, el confinamiento funciona de forma diferente en hogares numerosos y en hogares pequeños, lo cual refuerza la brecha de posibilidades de contagio entre unos y otros. En una vivienda de interés social o prioritario, cuya área habitable oscila alrededor de 50m2, es normal que convivan seis personas, mientras que en los estratos 5 y 6 es normal que tres personas habiten una vivienda de 200m2, lo cual hace que la probabilidad de contagio sea ocho veces más alta en el primer caso que en el segundo.

Como si fuera poco, es probable que las familias populares salgan a redimir el bono de la comida mientras que los hogares pudientes pidan todo o casi todo a domicilio, reforzando aún más la brecha entre ellos. Esto no sucede porque los miembros del primero sean menos disciplinados u obedientes que los del segundo grupo, sino porque viven en condiciones mucho más precarias que los obligan a tomar riesgos como estos.

Un cambio necesario

¡Nadie se mueva! Esta es la consigna a seguir, a menos que la lógica de la necesidad se imponga y obligue a los humanos a realizar actos impensables.

Es un error creer que debemos ‘volver a la normalidad’, pues la normalidad incluía problemas sociales como estos. Aunque la pandemia nos invita a desnaturalizar las grandes brechas socioeconómicas que existen en Colombia, los políticos y los grandes empresarios siguen haciéndose los de la vista gorda.

Hoy, más que nunca, urge establecer un nuevo contrato social y ambiental que reduzca esas brechas y permita que la cohesión social aflore como el rasgo distintivo de una metrópoli fragmentada como Bogotá.

Por Óscar Alfonso
Investigador y docente de la Facultad de Economía

 *Este artículo hace parte de la alianza entre Razón Pública y la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia.