Inversiones en turismo: ¿Para dónde vamos?

Al margen de las consideraciones éticas y políticas que pueda generar el hecho de ofrecer un territorio que pertenece a una comunidad al mejor postor, en el ámbito de los desarrollos turísticos, la verdad es que un buen proyecto implica inversiones de una cierta cuantía, y aquí surge la necesidad de buscar inversores, nacionales o foráneos.

Así, se entiende que la ligera disminución de inversiones registrada en 2017 en el sector de restaurantes y hoteles sea una preocupación. Y ya que la inversión es tan necesaria, y el turismo, desde hace años, está llamado a ser uno de los grandes generadores de divisas de Colombia, nos podemos preguntar qué tanto invierte el sector público en proyectos turísticos. La respuesta nos dejará sorprendidos, pues las sumas son bastante reducidas.

En los últimos 8 años en Colombia se han invertido 1,14 billones de pesos en 168 proyectos de infraestructura turística (estudios, diseños, obra y dotación). De esta cifra, el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo por medio de FONTUR ha invertido 576 mil millones de pesos y los entes regionales han aportado en contrapartidas 562 mil millones, prácticamente a mitades iguales. De los 168 proyectos, 105 son obras y 63 son estudios y diseños.

Hacia mediados de 2018, el costo total de los proyectos de infraestructura y establecimientos de alojamiento era de $687.015.732 dólares; de este la inversión requerida era de USD $477.082.022. Las regiones Andina y Caribe concentran el 92,1% de este total; el resto de regiones, incluida la Insular, solo el 7.9 por ciento.

De otra parte, los requerimientos de recursos económicos para competitividad presentados al Fondo Nacional de Turismo – FONTUR, en los años 2017 y 2018, por entidades del sector público, entes territoriales, agremiaciones y otros, suman USD $19.112.573. De estos, fueron aprobados el 62,2 por ciento.

El otro componente sustancial de la inversión en turismo en Colombia lo representa la inversión en promoción y mercadeo. En el año 2017 (aún no se registra información para 2018) el valor solicitado a FONTUR fue de USD $29.854.279; el Fondo atendió el 42,9 por ciento de esa suma.

Por su parte, los ingresos a la economía nacional por turismo en el año 2018 fueron de USD $5.787,72 millones, según la cuenta del Banco de la República divulgada por el Ministerio de Comercio Industria y Turismo.

De todo esto se infiere una gran rentabilidad de la actividad turística para la macroeconomía colombiana: el balance entre inversiones del sector público versus las divisas por viajes y turismo, no deja dudas.

Estas cifras inducen a dos lecturas: la primera, como ya se mencionó, es que la actividad turística resulta muy “rentable” para la macroeconomía nacional; una inversión de 1 billón de pesos ha logrado retornar 17 billones. La segunda es que los recursos públicos en inversión para el desarrollo de la actividad turística son muy bajos. Añadamos a esto el exiguo presupuesto del Viceministerio de Turismo (tradicionalmente uno de los más bajos de todos los entes ministeriales colombianos) y entenderemos por qué el turismo es en realidad una actividad muy lucrativa para el país.

Probablemente el impulso al sector turístico en los próximos años seguirá siendo magro. Así se infiere de los constantes llamados a la austeridad del presidente Duque. Y se hace énfasis en la necesidad de alianzas público-privadas para remediar esta escasez de fondos. En consecuencia, podemos conjeturar con que en próximos años no cabe esperar gran cosa en inversión pública en el sector turístico. Sin embargo, ante esta dejadez, vale la pena preguntarse con qué cara vamos a pedir a otros que inviertan.

Desde otra perspectiva, existe consenso en cuanto a la necesidad de adelantar proyectos de infraestructura hotelera y turística, con los cuales se propende por la competitividad de los destinos turísticos. Pero también es cierto que una cosa es vender lotes a industrias foráneas y otra es “vender” el territorio y su cultura. Este es, en efecto, un tema controversial que se relaciona más ampliamente con el desarrollo turístico y las implicaciones económicas, sociales, culturales y ambientales que este conlleva. La comunidad académica y las organizaciones privadas y públicas se han empeñado en realizar estudios que buscan demostrar, de una parte, los beneficios que aporta el fenómeno y, de otra, los impactos derivados del mismo.

¿Es oro todo lo que reluce? Si se examina el paradigmático caso de Costa Rica encontraremos planteamientos que ilustran el contexto y los alcances de la discusión. El estudio: “Empleo y turismo en Puntarenas y Limón”, por ejemplo, concluye que, al hacer un balance general de los impactos del turismo, considerando aspectos positivos y negativos, más de dos terceras partes de los informantes (población residente), se inclina hacia los factores positivos y expresan su oposición a introducir restricciones para la llegada de turistas al territorio.

Otras fuentes consultadas señalan que, una de las consecuencias del auge del sector en Costa Rica, ha sido el desplazamiento de mano de obra agrícola hacia el turismo, con lo cual se generan dificultades para la contratación de personal que se encargue de las labores del campo. Otros investigadores han puesto de presente los impactos generados en aspectos como prostitución, explotación sexual, drogadicción y transculturación. Por supuesto que estos riesgos son innegables. También existen cuestionamientos al ecoturismo y al agroturismo en el país centroamericano.

Aunque podríamos continuar citando hallazgos, opiniones y criterios relacionados con este tema, el caso costarricense demuestra que el turismo presenta claroscuros y que no todo es color de rosa, ni de color negro. De hecho, estas reflexiones son válidas para multitud de destinos de otras latitudes y para el propio territorio colombiano. El desarrollo descontrolado que sufren muchos de los principales destinos de nuestro país, los impactos sociales y las dudas acerca de las bondades del ecoturismo y del turismo comunitario, así como la concentración de los beneficios económicos que genera el sector, entre otros, aportan interesantes retos para la discusión.

Invertir en el desarrollo turístico de un territorio, entonces, no significa necesariamente contribuir a un progreso equilibrado y sostenible del mismo: desde la academia se ha repetido hasta la saciedad que el turismo debe ser organizado y planificado para que dé sus frutos en el territorio y que sólo con buena gobernanza y cooperación entre actores, se logrará que los beneficios lleguen a la comunidad receptora. Se hace necesario, pues, que los inversores, como actores que son, inviertan en el territorio en proyectos sostenibles y de modo coordinado con los actores locales, de tal manera que los réditos del turismo beneficien no solamente a los acuciosos inversores sino, y de manera visible, a la población receptora. No se trata, en definitiva, de vender nuestro territorio al mejor postor.

Cerramos formulando una pregunta que se aporta para la reflexión: “¿es capaz el turismo de entregar a la ciudadanía lo que él mismo promete?”

Narcís Bassols
José Alejandro Gómez
Manuel Leguizamón

Docentes-investigadores
Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras
Universidad Externado de Colombia