La inaplazable lucha contra la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos

Así como la Ley impone sanciones a quienes manipulan el mercado para obtener beneficios económicos en detrimento de consumidores o competidores en algunos sectores de la industria y el comercio, deberían existir similares castigos para quienes realizan maniobras que conducen a la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos PDA.

Así lo sugiere el Observatorio Hambre Cero, de la Facultad de Economía del Externado, con el profesor Óscar Alfonso PhD a la cabeza, cuyos integrantes están comprometidos a fondo en la investigación alrededor de las PDA, con el propósito de contribuir a saldar una deuda académica derivada del escaso interés sobre un asunto en el que nos va la vida.

Los investigadores se sorprenden de que solo hasta hace pocos años la comunidad internacional se haya ‘pellizcado’ sobre este tema, ya que su solución tendría impactos nunca vistos en la reducción del hambre y la malnutrición en el mundo.

De acuerdo con documentos publicados por dicho centro de estudios, si se recuperaran las pérdidas de alimentos en las áreas cosechadas sería posible alimentar anualmente a 3.940.286 personas, en las diferentes regiones de Colombia. Esta cifra equivale al 71,6% de los colombianos que padecen hambre y que en la actualidad se estima que alcanzan los 5,5 millones.

Esfuerzos mayores en las cadenas de distribución y almacenaje, como también en la del consumo final, permitirían a nuestro país superar el hambre y colocarse en la ruta para solidarizarse con otros pueblos, agrega el investigador.

Las cifras de la pérdida y desperdicio de alimentos en el mundo, PDA, son exorbitantes, al punto que, según la agencia de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación, FAO, al año se desperdician 1.300 millones de toneladas de comida en el mundo. Este derroche, agrega la entidad, genera pérdidas económicas cercanas a los 750.000 millones de dólares (Ver más datos en los recuadros 2 y 3).

Por fortuna, hoy las PDA son prioritarias para agencias como la FAO, y su reducción está señalada entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible: “reducir a la mitad las pérdidas y desperdicios per cápita al año 2030”.

Antes de continuar es preciso, diferenciar los conceptos de “pérdida” y “desperdicio”.

Cómo se “pierden” los alimentos

La pérdida de alimentos ocurre en la fase de producción, y tiene que ver con fluctuaciones del clima (sequías, inviernos excesivos) o el ataque de plagas. Sistemas desuetos y tecnologías obsoletas en actividades pos-cosecha (selección, la inspección, el tratamiento, el empaque, la refrigeración y el almacenamiento de los alimentos) conducen a pérdidas que podrían evitarse.

Para estos investigadores, sin embargo, el eslabón de la distribución de los alimentos en un entorno como el colombiano, es especialmente crítico en la pérdida de alimentos. Explican cómo los productos cosechados se pierden por ‘perversiones’ del mercado, que pueden conducir en un momento dado a que el cultivador se abstenga de distribuir su cosecha, pues los precios bajos no alcanzan siquiera a cubrir los costos invertidos en producción y transporte.  Toparse con cantidades de alimentos dañándose a la intemperie es una posibilidad en cualquier campo colombiano.

Los distribuidores mayoristas y transportadores, roles que con frecuencia se funden, tienen la ‘sartén por el mango’ en la medida en que controlan a su antojo los flujos de la oferta y la demanda en el campo, amparados en la ventaja que les otorgan sistemas de embalaje, almacenamiento y refrigeración, así como vehículos para transportar los productos a los grandes centros de acopio. Esto, además, les concede importante poder de negociación con los minoristas.

Sometidos a la tiranía de las distancias y las deficiencias en infraestructura vial, los productores del campo, se mantienen a merced de quienes manejan este eslabón. “Mientras más lejos se encuentre la finca de los lugares de comercialización del producto, mayores son los riesgos de pérdida de los alimentos, y mayores los costos de colocar el producto al alcance del consumidor”, sostiene la investigación en curso.

Y se presentan situaciones aberrantes: cuando una naranja, cultivada en Moniquirá, Boyacá, es adquirida por un ama de casa en un supermercado de Tunja, capital del departamento, esa fruta por regla general ha tenido que recorrer, no la distancia que hay entre Moniquirá y Tunja (una hora de camino) sino que primero ha debido viajar hasta Corabastos, en Bogotá, a tres horas de camino, para regresar a Tunja.

Son los absurdos de un esquema diseñado de las regiones hacia el centro, donde no existen redes de comercialización intrarregional. No se necesita ser un sabio economista para descubrir que, en ese proceso, se producen grandes pérdidas y sobrecostos de los alimentos.

Asimismo, las grandes superficies, imponen un modelo comercialización de alimentos, de acuerdo con parámetros como la apariencia perfecta y uniforme, proceso en el cual se desechan, y por ende se pierden, productos aptos para el consumo humano. Cualquier productor agrícola lo sabe.

Desperdicio: el reino del consumismo y del despilfarro

Situado en el eslabón del consumo, los investigadores encuentran que el desperdicio está determinado por realidades sociales y culturales como la tendencia al consumismo y al sobre-aprovisionamiento, práctica de las clases altas y medias, cuyo refrigerador deben estar ‘hasta el cogote’ como una forma de revelar estatus. No interesa que se dañe parte de las provisiones; es el síndrome de la abundancia, que se completa con el desperdicio de los alimentos preparados mas no ingeridos, tanto en hogares, como en restaurantes.

Y no es aceptable éticamente decir que cada cual hace lo que le viene en gana con su plata, puesto que de por medio está, por ejemplo, el deterioro ambiental que produce la compulsión consumista, al requerir más recursos, más tierras, más agua y más energía, para producir bienes que van a parar a la caneca de la basura.

Lo que se puede -y se debe- hacer

Pero es mucho lo que se puede y se debe hacer para corregir las PDA. “Las pérdidas y el desperdicio de alimentos son evitables y, más aún, con los marcos institucionales pertinentes es posible direccionar la canasta recuperada hacia los que padecen malnutrición y hambre”, declara Óscar Alfonso, y agrega que se requiere una intervención profunda del Estado en los mercados, justificada por motivos de bienestar social o por razones de eficiencia.

Para la FAO, una respuesta estructural al problema debe incluir, entre otros: la transformación de los sistemas alimentarios más sostenibles, valorando la diversidad cultural de nuestra región, integrando la gestión de los recursos naturales, el financiamiento e inversión en infraestructura, la mejora en la distribución, disponibilidad y acceso a alimentos, la educación alimentaria y al consumo, la inocuidad alimentaria y el establecimiento de alianzas público privadas acercando la producción con el consumo”. En ese orden de ideas, el organismo trabaja en el diseño de un “Código Internacional de Conducta para la prevención y reducción de PDA, próximo a divulgarse entre los países miembros”.

Con respecto al caso específico colombiano, la cuestión de partida -dice Alfonso- es “¿Quiénes obtienen ganancias y quiénes pierden con las PDA? La idea de que hay agentes en la cadena que se lucran con las pérdidas, no solo por el desabastecimiento físico o por el acaparamiento, pero también con el desperdicio, suscita el interés por identificar sus conductas y evaluar sus implicaciones socio económicas”.

Y partir de esta reflexión, el investigador se pregunta por qué si en sectores como la industria se castigan comportamientos que van en detrimento de la libre competencia y del consumidor, no es posible establecer sanciones en el campo de la distribución de los alimentos

“A diferencia de otros bienes y servicios en donde las mermas en el proceso productivo o en la esfera de la distribución y el consumo son penalizadas severamente por el mercado, en el caso de los alimentos ellas aparecen ya como una consecuencia aparentemente inevitable de la actividad agrícola”, asevera Óscar Alfonso.

En este sector, explica el investigador, no es viable dejar que el mercado actúe y recompense a los más eficientes, como podría ocurrir en otras áreas, porque “productores muy laboriosos quedan atrapados en las aberraciones que practican los que gozan de cierto ‘poder de negociación’”.

Por esta razón el ataque a las PDA, pasa necesariamente por diseños institucionales destinados, entre otras cosas, a reducir el número de eslabones de las cadenas que vinculan a los productores con los consumidores finales.

Con respecto a las circunstancias que rodean el “desperdicio” de alimentos, el investigador, con realismo, sitúa la solución a largo plazo, a partir de la difusión de una cultura de la continencia, la racionalidad en las decisiones de compra y la conciencia de que todo lo que se adquiere y consume tiene un impacto sobre el planeta. Allí las instituciones de educación tienen inmensa responsabilidad con la formación de los pequeños para un mundo de consumo responsable.

Acciones de corto plazo

Más allá de los cambios estructurales propuestos, hay puntos sobre los que se puede actuar ya, y que pueden tener impactos importantes en la reducción de las PDA. Los investigadores sugieren algunos.

Flexibilizar las políticas y las actitudes, por ejemplo, frente a conceptos como “fecha de vencimiento” y “sugerencia de consumo antes de…”, que hay que saber distinguir, por supuesto sin sacrificar la inocuidad de los alimentos.

En el caso de la fecha de vencimiento, se presume que una vez sobrepasada, existe el riesgo de afectación de la salud humana. Sin embargo, medidas que han sido adoptadas en otros países, como Grecia, podrían aplicarse. Allí se establecieron descuentos y facilidades para los alimentos próximos a vencerse. Por otro lado, en ciertos productos como los lácteos procesados, podría pensarse en extender esta fecha sin riegos para los consumidores.

En el caso de los avisos que señalan: “consumirse preferentemente antes de….”, a pesar de que puedan ocurrir algunas variaciones en el aspecto del producto, ello no implica que han sido afectados por patógenos, y se pueden consumir sin riesgo y con aportes importantes en la alimentación de poblaciones vulnerables.

Por otro lado, es preciso convencer a los consumidores de que, en la mayoría de los casos, productos magullados son aptos para el consumo, pues conservan sus características nutricionales y se obtienen a menores precios. Programas inspirados en las ventas vespertinas en las plazas de mercado, cuando baja el precio por la pérdida de apariencia de los productos, se podrían desarrollar para facilitar el acceso de la comida de ciertos grupos de la población.

En este sentido, señala el profesor Alfonso, los mercados populares ofrecen lecciones, pues venden productos en el correcto estado de maduración, para consumir de inmediato, abastecidas por pequeñas redes de transporte informal eficientes, que facilitan la rotación más rápida y reducen las pérdidas. Pero no solo eso: las tiendas de barrio ofrecen posibilidades como las ventas al menudeo (desde un tomate, o un fósforo), lo que les permite a los vecinos abastecerse según sus posibilidades, además de regatear y comprar al fiado, en una red de relaciones basadas en la palabra y la confianza que se sale del esquema de las grandes superficies. Allí se advierten reglas más eficaces que favorecen el acceso a la alimentación.

(recuadro 1)

Recomendaciones a los hogares del Departamento Nacional de Planeación

  • Planificar las compras teniendo en cuenta los menús y el número de comensales.
  • Revisar los inventarios de comida.
  • Elaborar una lista con las necesidades específicas de alimentos en el hogar.
  • No comprar más de lo necesario, a pesar de atractivas promociones.
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(recuadro 2)

PDA en el mundo, según la FAO

1.300 millones de toneladas se desperdician anualmente en el mundo (FAO, 2012)

Con tan solo la mitad del alimento perdido, se podría satisfacer las necesidades nutricionales de las 795 millones de personas desnutridas en todo el mundo (FAO, IFAD, & WFP, 2015).

870 millones de personas en el mundo pasan hambre (FAO).

La pérdida de alimento (PA) consume anualmente una cuarta parte de toda el agua utilizada en la agricultura y genera alrededor del 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (WRI, 2016).

En el mundo se emplean alrededor de 1,4 billones de hectáreas de suelo para producir productos que finalmente no son consumidos, cantidad que equivale a una superficie más grande que Canadá e India juntos.

En América Latina se pierden o desperdician hasta 127 millones de toneladas de alimentos al año (FAO).

La PDA representa cerca de USD 936 billones en pérdidas económicas globales por año, equivalente al PIB de países como Indonesia u Holanda (Food Wastage Footprint & Climate Change-FAO, 2015a).

Las consecuencias económicas directas del desperdicio de alimentos (sin contar pescado y marisco) alcanzan la cantidad de 750.000 millones de dólares (FAO).

Los alimentos que producimos, pero luego no comemos, consumen un volumen de agua equivalente al caudal anual del Volga (Rusia) y son responsables de añadir 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera.

Los alimentos que se desperdician a nivel de la venta al detalle (retail) en América Latina y El Caribe, podrían satisfacer las necesidades alimenticias de más de 30 millones de personas, es decir, el 64% de quienes sufren hambre la región.

Recuadro 3

PDA en Colombia

Al año se pierde o desperdicia el 34% de los alimentos. 22% se pierde; 12% se desperdicia

La PDA equivale a 9,76 millones de toneladas al año (DNP, 2016).

Cada colombiano en promedio desperdicia 32 kilos de comida al año (DNP, 2016).

Con los alimentos que se pierden y desperdician se puede alimentar a más de 8 millones de personas al año, lo que equivale a toda la población de Bogotá (DNP, 2016).

Bogotanos botan a la basura la mitad de la comida que compran. El equivalente a 1381 toneladas (Lucevín Gómez. El Tiempo, 22 marzo 2014, cita informe de la UAESP).

Bogotanos arrojan a la basura 7,53 por cuento de los alimentos preparados (Lucevín Gómez. El Tiempo, 22 marzo 2014, cita informe de la UAESP).

Documentos del Observatorio Hambre Cero:

“Alimentación para las metrópolis colombianas: fragilidad territorial, vulnerabilidad a las anomalías del clima y circulación de agroalimentos”. Óscar A. Alfonso R. y Carlos E. Alonso M. Colección Economía Institucional Urbana, n.o 11. Universidad Externado de Colombia, 2016.

“Malnutrición, pérdidas y desperdicio de alimentos. La cadena de las pérdidas de valor de los alimentos y las pérdidas de área sembrada en Colombia. 2007 – 2012”. Óscar A. Alfonso R. Documentos de Trabajo n° 52. Facultad de Economía, UEC, 2015.

“El diseño de instituciones contra la pérdida y el desperdicio de alimentos”, Óscar A. Alfonso R. Documentos de trabajo n.° 54. Facultad de Economía UEC.

Documentos citados por los investigadores:

Estudio pérdida y desperdicio de alimentos en Colombia. DNP, Marzo 28 de 2016.

“Tercer diálogo regional. Un esfuerzo compartido para la prevención y reducción de pérdidas y desperdicios de alimentos en América latina y El Caribe”. FAO, Santiago de Chile, 6 a 8 de junio de 2017. Acta de conclusiones y recomendaciones.